RELATOS CORTOS

RELATOS CORTOS
 (C) JUAN ANTONIO GÓMEZ JEREZ


EN PROCESO DE RE-EDICIÓN







RELATO 1

¿DÓNDE ESTÁ LA PULSERA?

Miguel sintió como una densa  oscuridad lo envolvía de negro y espeso silencio. ¡No podía moverse! ¡Casi no podía respirar!  La oscuridad lo atrapaba de una forma sobrehumana y sentía como su denso peso oprimía todo su cuerpo. ¡No podía respirar! ¡No podía respirar!

Comenzó bruscamente a moverse dentro de aquella opresión negra; abría y cerraba los ojos para comprobar que no había luz ¡Todo estaba oscuro! ¡No había luz! ¡No había aire! Miguel casi no podía respirar y ya empezaba a sentir la angustia de la falta de oxígeno, sentía la hiel de su saliva resbalando por su garganta sin poder recoger una gota de aire que aliviase su tenebrosa sed. La sensación de agobio y miedo se apoderó de él y un profundo fuego empezó a quemarle desde el interior de su estómago.

Sacudiéndose violentamente dentro de aquel espacio oscurecido que lo oprimía y le quitaba el aire y la luz, notaba como su cuerpo estaba rodeado de una tela que lo envolvía, que lo momificaba, que lo custodiaba dentro de aquella penumbra terrorífica y en ese mismo momento la angustia se volvió terror.
- ¡Socorro! ¡Socorro!



Miguel gritó desesperadamente, no entendía lo que pasaba, casi no podía mover sus brazos, casi no podía mover sus piernas; se agitaba hasta el punto de notar como sus pies y sus manos tocaban una superficie que sonaba seca y dura, como la madera. Le embargó una desesperación total al venirle a la cabeza la idea de que estaba dentro de una caja…
- ¿Estoy enterrado? ¡Socorro! ¡Socorro!
En ese mismo instante, Miguel se dio cuenta de que estaba en el interior de  un ataúd. Se dio cuenta de que había sido enterrado vivo. Esto era una broma, era una broma muy pesada…
- ¡Dios mío, sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡Por favor! ¿Es qué nadie puede oírme?
Su cuerpo sentía el agotamiento y el pánico, sentía la angustia de sentirse conscientemente muerto, conscientemente muerto…
- ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro socorro!
Súbitamente, como si se hubiera caído desde una gran altura, su cuerpo cayó en la cama, rebotando bruscamente entre aquellas sábanas que lo envolvían. Miguel se despertó gritando un aullido pavoroso de socorro que rompió el silencio espeso de la noche… Abrió los ojos y aún las sombras lo envolvían todo.
Se levantó de golpe, se quedó sentado en la cama, el sudor le caía por la frente como un  torrente espeluznante lleno de angustia.
Todo parecía haber sido una malísima pesadilla, el corazón de Miguel se tranquilizó. Miró hacia todos los lados de la habitación, a oscuras,  intentó ver la poca luz que se colaba por la ventana y vio como un fino halo de tenue luz cortaba la habitación en dos.

- ¡Dios mío que pesadilla!

Miró el radio-reloj: las 07:45 de la mañana, se le había hecho tarde.  Miguel conectó la radio que estaba en la mesa de noche, saltó automáticamente dejando oír, de fondo, las noticias de una emisora de radio. Informaban de un accidente muy grave que se había producido hacía unos minutos en el centro de la ciudad, donde había habido varios heridos y un fallecido.
Ciertamente Miguel se sentía raro, no sabía explicar exactamente lo que le pasaba, se levantó de la cama, abrió una de las persianas que ocultaban la cara del sol y mirando hacia afuera empezó a esbozar un bostezo que hizo que su cuerpo se estirarse y recuperara cierta energía. Se dirigió a la cocina, y se preparó un café rápido ya que era un poco tarde para ir al trabajo. Ya preparado Miguel se disponía a salir.
- Seguro que se me olvida algo.


Miguel cogió el maletín que estaba colgado detrás de la puerta y casi sin darse cuenta dejó cerrar la puerta de un portazo, aún no se había cerrado y ya empezaba a bajar los peldaños de la escalera del edificio. Tenía mucha prisa, estaba bastante nervioso y encima había dejado el coche aparcado a tres calles de distancia y es que no quería volver a llegar tarde al hospital. Había conseguido el puesto de médico porque su padre era amigo del jefe del servicio y se sentía un poco vigilado y observado. La verdad es que el puesto de médico en el departamento de cirugía le iba a ayudar mucho en su carrera.
Empezó a caminar rápido con la intención de llegar pronto al coche, sentía que tenía que organizarse mejor a la hora de ir a trabajar porque sentía que le habían dado una gran oportunidad y no quería echarlo todo a perder.
- Seguro que me va a coger el atasco y no voy a poder llegar a tiempo a la reunión.
Abrió la puerta del coche, puso el maletín en el asiento del copiloto, metió la lleve en el contacto y ya casi sin darse cuenta empezó a conducir hacia el hospital.
Miguel era una persona muy pragmática, al ser médico, resultó que siempre le había dado más importancia a la parte empírica de las cosas y de la vida, que, a la parte más emocional y espiritual.
08:30 Había dejado el coche en el parking del hospital, y al acercarse a la puerta principal, éstas se abrieron, y dejaron entrar a Miguel con un paso acelerado, su mirada fija y su corazón encogido porque irremediablemente llegaba tarde.
La reunión de Cirugía ya casi había terminado cuando entró por la puerta de la sala de juntas. Hoy le tocaba dirigir una cirugía torácica muy importante. Tenía a los allegados del paciente en la sala de espera y tenía que prepararse para entrar en quirófano.
Terminó de ponerse la camisa verde del uniforme de quirófano y ya se dirigía a la sala de operaciones para terminar la rutina y el protocolo previsto.
- ¡Introduzca anestesia lentamente! ¡Controle!
- El monitor indica que la paciente tiene todas sus constantes controladas doctor.
Miguel miró a la paciente,  miró su cara, era una chica joven, tenía una cara muy peculiar de la que no se iba a olvidar nunca. Y no sabía por qué razón se encontraba más nervioso  de lo habitual. Estaba sudando y algo tembloroso. Estaba todo preparado en el quirófano para cambiar una válvula cardíaca que el corazón de la paciente había decidido dejar ya como inservible. Era una intervención de vida o muerte.
Se miró las manos temblorosas, miró y veía los guantes colocados y todo preparado para empezar. Alargó la mano derecha…
- ¡Bisturí!
- ¡Gasas por favor! ¡Sequen esa hemorragia!
- ¡Doctor! ¡La paciente empieza a tener descontroladas las constantes!
- ¡Cargue cinco mililitros de adrenalina!
- ¡Doctor la paciente está cayendo!
- ¡Preparando desfibrilador!
- ¡Preparado y cargado!
Lo intentaron una vez, dos, tres…….
-  ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Se nos ha ido! ¡Se nos ha ido!
Miguel miró la cara de la paciente, se le había escapado entre sus manos. No había podido conseguir hacer nada. Su cara no se le borraba de la cabeza.
Se quitó los guantes, se alisó el pelo y se derrumbó frente al espejo que había en el vestuario.  No se lo podía creer.
Casi sin ganas se puso la bata blanca encima del uniforme verde, tenía que ir a hablar con los parientes de la paciente que había fallecido. Estaba destrozado.
Miguel cogió una respiración profunda, abrió la puerta y salió al pasillo. A la derecha estaban los ascensores, sólo era una planta, pero no tenía ánimo para coger escaleras.
Caminaba por el pasillo y el tumulto de gente casi ni reparaba en él, estaba aturdido, algo mareado. Pensó en ir después a que le tomaran la tensión.
Mientras el pasillo estaba oscuro, veía como la puerta del ascensor estaba bien iluminada; le quedaban unos metros y vio como la puerta del ascensor se abría, así que, se apresuró para no perderlo y terminar ya con todo esto y comunicar a los parientes el fastidioso hecho.
Entró en el ascensor.
Sólo había una paciente que estaba vestida con el pijama del hospital. Miguel saludó.
- ¡Buenos días!
- ¡Buenos días doctor!
Cabizbajo apretó el botón de la planta a la que iba.
Aún la puerta del ascensor permanecía abierta, y al mirar hacia afuera, vio, y no podía creerlo, como la paciente que acababa de morir en quirófano se dirigía hacía el ascensor. El corazón le dio un sobre salto, miró a la señora que estaba dentro y le preguntó si también podía verla, y ella le contestó que sí.
Nervioso, apretaba el botón de cierre del ascensor, quería salir de allí, se encontraba muy extraño y sólo quería terminar con aquella situación loca, ya. En ese momento que la puerta  empezaba a cerrarse, la paciente introdujo la mano dentro del ascensor, mano en la que llevaba una pulsera negra. Miguel la repelió como pudo y el ascensor se cerró.
Miró, con los ojos muy alterados, a la paciente que estaba dentro.
- ¿Usted ha visto? ¡No puede ser verdad!... Esa era la paciente que acaba de morir en el quirófano. ¡Es imposible! ¡Es imposible! ¡Esto es una pesadilla! ¿Qué está pasando?
- Tranquilícese Doctor. No pasa nada. Vaya acostumbrándose.
- ¿Acostumbrarme? ¿Acostumbrarme a qué? ¿Y por qué llevaba esa pulsera negra?
- ¿Usted no sabe qué aquí cuando las personas mueren les ponen una pulsera negra?
- ¡No, claro que no lo sé! ¡Eso lo lleva la administración! ¡Yo no me ocupo de eso!
- ¿Y de qué se ocupa usted Doctor?
- ¡Pues de los pacientes evidentemente!
- ¿Y aún no se ha acostumbrado a la muerte?
Miguel bajó la mirada.
Estaba nervioso, ausente, agitado e incluso algo alterado, y mucho más cuando miró la mano de la paciente que estaba con él en el ascensor. Abrió los ojos con asombro y miedo, como si se le fueran a salir de las órbitas, al comprobar que ella también llevaba en la mano una pulsera negra.
Se pegó a la pared del ascensor. Miró con temor a la paciente que estaba con él.
- No se preocupe Doctor.
Miguel se sentía muy, muy agitado.
- ¿Por qué tiene usted esa pulsera?
- Porque estoy muerta Doctor.
- ¡Esto es imposible! ¡Es una pesadilla!
Miguel estaba muy exhausto, sudoroso y alterado intentaba detener el ascensor.
En ese mismo momento, el ascensor paró. Miguel volvió a mirar a la señora una y otra vez muy alterado, y golpeando en la puerta que no quería abrirse. La confusión recorrió todo su cuerpo y le embargó una sensación de miedo que nunca jamás había sentido.


- No pasa nada Doctor, esté tranquilo.
-¿Tranquilo? ¿Es que usted no ve lo qué está pasando? ¡Esto es una broma de mal gusto! ¡Socorro! ¡Socorro!
Miguel se deslizó por la pared del ascensor y se quedó llorando en el suelo. Su corazón palpitaba a mil por hora y su sensación de miedo era de verdadero terror.
- No tiene otra salida que aceptarlo Doctor.
- ¿Aceptarlo? ¿Pero de qué está hablando? ¿Aceptar qué?
La paciente se acercó a Miguel. Se agachó a su lado lentamente y  le cogió la mano.
Miró asustado a la mujer, sintió como su mano fría lo sujetaba. La miró aterrado.
- ¿Qué hace? ¡No me toque! ¡Usted dice que está muerta! ¿Qué broma es esta?
La paciente, de repente,  le agarró la mano fuertemente y levantándola con ímpetu le enseñó su propia mano.
- ¡Mire doctor! ¡Usted también tiene una pulsera negra!
De repente, la puerta del ascensor se abrió.




© 2017 JUAN ANTONIO GÓMEZ JEREZ


     


RELATO 2

Caminando por la playa sentí la arena fría y húmeda acariciar la piel de mis pies, sentí como mis dedos se hundían en ella sintiendo el contacto con la arena como si fuera un suspiro de mar al pisarla, sentí el crujir de los granos y como me vencía un poco  en cada pisada, sentía aquel olor a mar de la mañana que embriagaba mi alma. El sol ya empezaba a desperezarse y estiraba sus brazos de luz para despertarse y levantarse de su cama de estrellas, cambiándose su pijama rojo, por una chaqueta amarilla de luz.  Se preparaba poco a poco para empezar un largo día de trabajo; aún en la mesita de noche la luna brillaba para que él pudiera terminar de despertarse del todo; al ir abriendo los brazos su luz se fue extendiendo por doquier, sin dejar un rincón virgen de su energía.

            El mar seguía acariciando mis pies dulcemente, sigilosamente se metía entre mis dedos y los envolvía con su sal y su aroma. Yo miraba al horizonte y disfrutaba con el espectáculo de colores que el Sol me iba ofreciendo aquel amanecer. Cada mañana desde hacía años daba este paseo mañanero antes de ir a trabajar al Centro de oficinas que se encontraba cerca de la playa, no podía remediar no ver cada día aquellos amaneceres tan imponentes. Ese día pude llegar un buen rato antes de ir y empezar a trabajar. Me senté en la arena, saque mi termo de café con leche y mi bocadillo y desayuné viendo aquel amanecer maravilloso. El aroma del café subió hasta mis sentidos, miré hacia arriba y pude contemplar aquellas nubes de colores, desde el amarillo, pasando por el naranja, rojo y violeta en una serie de tonos que disfrazaban las nubes de un carnaval cuyo rey era el Sol, esto me hacía comprender lo afortunado que era al poder ver cada día estos espectáculos que me ofrecía la vida, como un music hall de colores.

            Estaba con mi desayuno y a lo lejos veía como se acercaba una embarcación, pero no se veía nadie en ella, no era una playa aquella de pescadores, con lo cual me extrañé. No sé por qué razón se me pasó por la cabeza que aquello era una patera, pero seguía sin ver a nadie. Se fue acercando, efectivamente era una patera, me levanté y me acerqué para ver si había alguien a quien socorrer, la imagen me impactó, me sentí sobrecogido porque había varias personas medio revueltas, medio despiertas e inconscientes. Cogí el móvil y llamé a emergencias.  Yo sólo no podía hacer nada así que pedí ayuda a otras personas que había por la playa y entre unos cuantos pudimos empezar a socorrer a aquellas personas. Ni me imaginaba de donde venían ni lo que habían pasado durante días que habían estado en alta mar, pero las condiciones en las que venían eran desagradablemente impresionantes. Yo estaba muy afectado, intentaba ayudar, fuimos sacando personas, fuimos dándoles nuestras toallas, agua, comida, etc.

            En ese momento llegaban los servicios de urgencias y ellos se encargaban profesionalmente de ayudar a todas aquellas personas. Ayudaron a bajar de la patera a una chica que estaba en un estado avanzado de embarazo; nunca olvidaré sus caras, sus miradas, el estado en el que habían llegado y la cantidad tan grande de dinero que les habían pedido por venir, quizás más que lo que nosotros pagaríamos por un crucero por el Mediterráneo.

            La chica que estaba embarazada no podía tener más de quince años, y venía con dolores y contracciones así que tuvieron que asistirla allí mismo, en una de las ambulancias. Durante ese rato estuve ayudando como podía a todas las personas que necesitaban algo, repartiendo mantas, agua, comida y mi mirada de cariño y comprensión hacia ellos.

            De repente un llanto, risas y aplausos llegaban de la ambulancia donde habían asistido a Aaminah; de su nombre me enteré después, así era como se llamaba la chica que acababa de dar a luz y  que en árabe significa (Dama de Paz y Armonía) Me acerqué, todos sonreían porque todo había salido bien, la madre estaba en perfecto estado y la niña también. Pregunté si sabían como la iba a llamar;  días más tarde me enteré que aquella niña se llamaría Amanecer y desde entonces mi paseo por la playa tiene el significado de un doble Amanecer.

© JUAN ANTONIO GÓMEZ JEREZ






EL TIEMPO EN EL ESPEJO




            La habitación estaba llena de cosas, muebles, artefactos viejos, cortinas que arrastraban sus viejas arrugas por el suelo, silencios y recuerdos que revoloteaban por toda la estancia. Los recuerdos volaban con alas hechas de tiempo efímero, y se movían de un lado para el otro, cuales luciérnagas,  intentando socorrer a los recuerdos que se caían de las estanterías, aquellos recuerdos muy viejos que ya no se valían por si solos. Había que ayudarlos. Los recuerdos escuchaban mis historias, oían a mis propios recuerdos, algunos se dormían al escucharme y se les caía la cabeza, disimulaban claro, yo me daba cuenta pero no me importaba, otros por el contrario estaban atentos a las cosas que recordaba y les gustaba como hablaba de ellos. Había recuerdos para cada cosa, para cada momento, de distintos colores y texturas; ¿Y los sabores? ¡Ay dios los sabores! ¡Como se movían por la habitación dejando su aroma por doquier!


            La ventana estaba abierta, las cortinas más jóvenes  jugaban con el aire y un móvil de cristales de colores  que colgaba de la parte alta dejaba su sonido en el ambiente, suavemente metálico y reflejaba en la pared dulces destellos de colores que se transportaban desde el mismo sol.
            Yo me estaba tomando un té de hierbas  orientales que dejaba aromatizado mi salón a canela y jengibre y como si fuera la hora del té inglesa, pasaba la tarde solo disfrutando de los recuerdos que aún se dejaban ver entre las ranuras que dejaban los libros de la estantería. Y aquella estancia tenía el sabor familiar sin familia que ya se había embotellado en los recuerdos.
            De repente la estancia se llenaba de amigos que hacía tiempo que no veía, fueron entrando poco a poco, incluso algunos de los que ya habían muerto, me resultaba extraño, pero aun así, me dejé llevar por el bullicio, por la conversación, por el sonido de las tazas cuando las cucharas las acariciaban y me dejé embriagar por aquella magia que me envolvía. Reía, me sentía feliz. Todo me resultaba extraño, dulcemente extraño. Tanta visita, como cuando éramos jóvenes y nos reuníamos todos a merendar y a hablar, a compartir y a soñar. Todos me preguntaban que como estaba, que si me sentía bien y yo les afirmaba que nunca había estado mejor.
            Entre toda aquella algarabía me llagaba, de repente, un sollozo que no sabía distinguir. Miré a mis amigos con esa cara interrogante del que quiere descubrir entre las respuestas y me sonrieron dulcemente, con una sonrisa cómplice que me daba tranquilidad y me invitaron a descubrir de dónde venía. El bullicio bajó. Me levanté y me miré las manos blancas, sin arrugas, limpias. Al levantarme se me calló un libro de poesía que siempre solía releer pero lo dejé en el suelo, caído, el sollozo me producía más intriga y me dispuse a salir de la estancia.
            Al acercarme a la puerta me miré en el espejo que colgaba cerca de ella. Mis ojos se clavaron en aquella imagen. Viejo, me vi muy viejo, lleno de arrugas como nunca antes me había visto, me sorprendí, me asusté. Me agarré del marco de la puerta y miré al pasillo, al mirar atrás ya no había nadie, ya no estaban, habían desaparecido, me asusté aun más. Una luz tenue me guiaba hasta la habitación del fondo de donde venía aquel sollozo. ¡Dios! No entendía nada. ¿Qué sueño es este? ¿Qué  pasa?
            Poco a poco me acercaba a la habitación, era mi habitación, allí estaban todos, hablando, susurrando, por un momento sonreí aun sin entender nada. Me acerqué a la puerta, allí estaban todos.
_ ¿Qué pasa chicos?
            Pregunté. Nadie me respondió. Fui abriéndome paso hasta la cama y fue allí donde me vi acostado, tendido, con los ojos ya cerrados. Miré a todos. Aquellas caras, aquel silencio roto por el sollozo. Ella me cogía la mano, me acariciaba la cara. Se despedía silenciosamente. Y en aquel momento me fui.


(C) JUAN ANTONIO GÓMEZ JEREZ






GINAS AL VIENTO
            Afuera hacía mucho viento y la lluvia golpeaba en los cristales de la ventana con desesperación, como arañándolos, como queriendo entrar bruscamente, desesperadamente, con ansiedad. El aliado viento la ayudó  haciendo que la ventana se abriera violentamente y entraran el agresivo aire y el agua de la lluvia. Así, se apoderaron de la habitación, invadieron la estancia como en las historias de aventuras de piratas de pata de palo. Los relámpagos y los truenos, cuales cañones, pronunciaban ¡a la carga! con sus palabras de fuego de los cuentos de aventuras desaventuradas.
            Al abrirse la ventana bruscamente y entrar el viento y la lluvia libres,  el libro que estaba en la mesa se abrió arrasado a la merced de su fuerza, y las páginas revolotearon, gritaron ¡socorro! abriéndose y cerrándose rápidamente y pasándose las páginas de un lado para el otro en un baile de desorden desordenado; perturbando las palabras y las frases, mezclando las páginas y los personajes;  y los paisajes se confundieron los unos con los otros disolviendo las ideas de aquel libro que luchaba contra la lluvia y  el viento. El libro lloraba y lloraba  y la tinta fluía al contacto con el agua formando un riachuelo negro que caía en cascada mesa abajo.
            En ese momento me vi metido en el libro, me sentí vapuleado por las páginas, por las palabras que creaban aquellas  historias. Me golpeaban los sonidos de las frases en la cabeza y me tiraban de la mano…unas veces volando entre las páginas de aquel libro, otras veces caía entre las letras, enormes, como si fueran gigantes colchones, o de repente me encontraba entre paisajes extraños, calles solitarias, parajes desconocidos, montañas gigantescas, ríos llenos de pirañas y seres que revoloteaban en aquel tornado de papel, cual cucurucho de castañas en septiembre. Yo  era un personaje más en aquel momento. Sin  esperarlo estaba delante de un acantilado enorme, gigantesco, con un castillo de cuentos a lo lejos. Abajo el mar, golpeaba fuertemente y con rabia el acantilado como queriendo subir por él, escalándolo, el viento me daba en la cara, frío, muy frío.
            Dentro de aquel libro las palabras susurraban unas con otras y me gritaban enfadadas por aquella violación a la que se veían sometidas por las manos frías  de aquel viento inculto, por aquella lluvia inoportuna, como si quisieran leer desesperadamente aquel maravilloso cuento y formar parte de él. Cada una de las palabras de aquel libro, cada una de sus letras, eran mías, mis historias, mis cuentos, mis sueños y mis anhelos, mis lágrimas y mis alegrías. Era  mi diario. Eran las frases que revoloteaban alrededor de mi vida como el satélite que gira alrededor de su planeta.
            María entró sin llamar, cerró la ventana rápidamente y aseguró el pestillo, cerró el libro de golpe. Encendió la luz de la habitación. Me desperté, me sobresalté, todo había sido un sueño… Me senté en la cama y miré hacia la ventana, aun afuera las manos del viento, convertidas en ramas, seguían tocando en la ventana, las gotas de lluvia hacían llorar a los cristales. Mi cara aun sentía el frío del viento. 



© Juan Antonio Gómez Jerez

 



  



EN LA ESCALERA

            Alberto se incorporaba al trabajo después de varios días de descanso. El hospital en el que trabaja es un centro sanitario importante dentro de su provincia. Alberto trabaja en una unidad donde las personas pasan sus últimos días, en la Unidad de Cuidados Paliativos. La atención a estos pacientes es exquisita ya que se trata de personas con distintas dolencias terminales y necesitan los mejores cuidados ya que están en la antesala del viaje definitivo. Subiendo las escaleras que daban a  la sala donde trabaja y dirigiéndose a los vestuarios para cambiarse y ponerse el uniforme blanco de enfermero se encontró a Hilario, un paciente que estaba ingresado en dicha unidad y que cuando terminó sus últimos días de trabajo antes de ahora, el paciente se encontraba en muy mal estado, razón por la que se extrañó al verlo pasear con el pijama del hospital. Se saludaron afectuosamente.

-       ¡Hola Hilario! ¿Qué bien lo encuentro?

-       ¡Hola Alberto! ¿te incorporas al trabajo? ¡Qué bien! Yo voy a dar un paseo y a la cafetería que el doctor me dio permiso para tomar algo.

-       Bueno Hilario, lo veo después. Voy a cambiarme y a empezar.

-       Gracias Alberto por todo lo que haces, eres una buena persona, estoy contento de haberte conocido.

-       Bueno Don Hilario, ahora charlamos.

Alberto entró en el vestuario, aún eran las ocho menos veinte de la mañana, se cambió y se dirigió al control de enfermería donde daban el cambio de turno. Cuando llegó comentó el encuentro con Don  Hilario.

-       ¡Chicos! Acabo de encontrarme con Don Hilario  en la escalera, saludándome y bastante mejorado, tanto  que el Doctor Fuster le había dado permiso para pasear, la verdad es que me ha dado mucha alegría.

-       ¿Qué dices Alberto? ¿Qué broma es esa?

-       ¡Qué broma! Sólo  les digo que me encontré con Don Hilario y me he sorprendido de la mejoría.

-       Alberto, Don Hilario falleció ayer por la mañana.



(C) JUAN ANTONIO GÓMEZ JEREZ

8 comentarios:

  1. Tremendos relatos, todos diferentes, todos con fuerza. Esperando uno "erótico", no sé, me ha dado por ahí.

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  2. jajajajaj.........gracias Mina. seguiremos en la misma línea....de momento eróticos no, sin descartarlo definitivamente....

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  3. ufff!¡Tremenda imaginación! Me encantan todos los relatos, me han impactado mucho.. es un placer leerlos...

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  4. Impresionante los relatos, me gustan todos pero... los mejores, EL TIEMPO EN EL ESPEJO y EN LA ESCALERA, fantasticos, pero sobre todo este último, me llenaron de recuerdos impactantes en mi memoria.., en este relato hay dos palabras que no se borrarán jamás en mi memoria, paliativos y escaleras. Enhorabuena

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  5. Muy buenos tus relatos y sinceramente muy profundos dan mucho que pensar. Saludos.

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  6. Impresionantes, espeluznantes, abosrbentes... Me han encantado los relatos, tienes mucho talento, Juan ;)

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